martes, 24 de febrero de 2009

Dualidad

La visión del mal por lo general está supuesta desde la base del engaño. La maldad y sus derivados son fallas de percepción, utilización del espacio, la esencia y la dimensión para lograr engañar y pasar por encima del monolítico sistema ya sea moral o ético.

Es esa desconfianza a lo cambiante, a lo informe y a lo furtivo la causa de nuestra propia cimentación lógica, vital y de esencia. Somos lo firme y lo tangible, así logramos ser lo “bueno”. No por qué sea lo correcto, ni siquiera lo mejor, sino simplemente por que nos otorga seguridad, la calcificación de nuestro espacio y nuestra propia espiritualidad es justamente ese reflejo defensivo ligado a la preservación de nuestro ser y nuestro éter (nos apropiamos de lo que nos rodea, incluso el espacio “vacío”)

Si el embaucador nos daña con lo que no podemos definir y lo que no podemos definir es básicamente lo que no proviene de nosotros (con algunas excepciones), la respuesta lógica es simplemente “ocupar” los espacios aparentemente vacíos. Es por ello que los mismos muros de la ciudad avanzan a la vez que lo hacen los caminos, las vías fluviales y marítimas junto a nuestro propio conocimiento del mundo. Nos hacemos lugar para construir nuestro propia localización, nuestra manera de hacernos ver y sentir.

Es por ello que la relación entre maldad (demonio si se quiere) y lo salvaje es tan gratuita. El “véncete para vencer” no es otra cosa que domarse para poder ser parte de lo que se denomina victorioso. Nuestra cancelación instintiva es nuestra propia defensa interna al mal, amansándonos nos volvemos seres seguros para nosotros y los demás, controlándonos nos mejoramos, nos “educamos” y nos “civilizamos” haciendo así posible la vida en grupo y reglada.

La coerción desde y para nosotros cumple por tanto el objetivo no de controlar al descarriado sino asustar al que puede serlo, el ejemplo como la mejor vía pedagógica.
No promuevo la desobediencia, el descontrol o el instintivismo puro, puesto que el caos en dosis altas es tan venenoso como el más puro de los códigos o el más genial sistema ciudadano. Puesto que aunque utópico, el equilibrio es la gran meta del humano en su existencia, más allá de los ideales de perfección, de control o fijación espacial. El logro de lograr un balance entre la carne y el espíritu; entre el Ethos y el Pathos y claro, entre lo etéreo y lo doloroso.

3 comentarios:

Rubén Ananías dijo...

La mentira más gande es que es bueno y que es lo malo. Tal vez ni los dioses saben eso.
¿cómo vamos a saber que es lo bueno? y, ¿cómo desenredarlo del mal?.
No hay buenos ni malos, sólo somos.
Lo demás es una palabra inventada, para llenar algo, ese vacío de castigo por daños al grupo, que no sé sabe si hace lo bueno o lo malo.
Así, el diseño de lo moral y lo ético, no es más, que una suma de reglas, en las cuales los poderosos-que son débiles-, necesitan mantener su poder. Luego, tal vez, viene las reglas bonitas.

Aristo Risato dijo...

qué bueno saber de usted compañero!

y bueno, sí
creo que en el amor hay mucha racionalidad, pues el mismo concepto es una construcción nomitativa para explicar un sentir

es lo apolíneo en el torrente dionisiaco

que sulfura dentro
que vomita fuego
que hace arder el cuerpo
hace tomar un puña y matar

la sustancia de ese concepto es un torrente irracional

y sus efectos, en eso estoy de acuerdo contigo, es un envenenamiento que embriaga y nos despersonaliza

cariños compañero y espero verlo en la U

Hernán Koala dijo...

Pero llegar a ese equilibrio merece arriesgarse en terrenos desconocidos. En ese sentido, difiero de ti en no llamar a la desobediencia. En una dosis sensata, es el motor de la evolución social.

Me encantó tu post. Sigue publicando!

¿Tan peligrosa es la piedra de la locura?

¿Tan peligrosa es la piedra de la locura?